La literatura
europea vive durante el Renacimiento una etapa de profundos cambios y fuerte
experimentación. Motivados por la renovación general del conocimiento, del
arte, la ciencia, los descubrimientos y la investigación, los escritores del
Renacimiento entendieron que vivían en el tiempo adecuado para reconducir las
tendencias heredades y descubrir nuevas posibilidades.
Una de las
formas literarias que más decididamente avanzó hacia sus formas modernas fue la
novela, con aportaciones como la
Utopía de Tomás Moro -obra de contenido profundamente
filosófico pero de estructura prácticamente novelística- o la archiconocida
obra de Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha. El Quijote es,
además, una obra particularmente renacentista, capaz de hacer algo que hasta
eso momento era prácticamente impensable, como recoger una herencia literaria
-en este caso, las novelas de caballerías- y “jugar” con ella, incluso
parodiarla hasta cierta sentido, hasta encontrar algo poderosamente nuevo y
excitante.
En general,
buena parte del “avance” renacentista tiene que ver con la liberación de cargas
y obligaciones propias de la literatura medieval. La literatura, por ejemplo,
deja de tener un propósito moralizante, y numerosos autores -tales como William
Shakespeare, Christopher Marlowe, Molière, Ben Jonson o el citado Cervantes-
escriben para entretener y deleitar, no para enseñar o moralizar.
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